Winston Churchill, como pintor aficionado, intento capturar la vida de un estanque en su residencia de descanso. Cada vez que intentaba pintar el estanque, se le escapaba un detalle. El movimiento del agua, el reflejo de la luz en las ondas, el movimiento de los peces en el fondo del estanque. Pero en la pintura de ese estanque siempre aparecia una oscuridad. A simple vista sería el color del fango en el fondo del agua; pero un ojo mejor entrenado descubrió un duelo no resuelto en el fondo de Churchill.
Graham Sutherland, como pintor profesional, intenta capturar la realidad tal cual es, pero en la manera que captura la realidad en el lienzo también captura las emociones del que pinta. Churchill, aficionado, encontró en una obra de Sutherland el momento en que había perdido un hijo. Churchill, padre de 4, también había perdido una hija, la quinta.
Churchill pinto decenas de veces ese estanque, pero nunca capturo el rayo de luz, el momento preciso, de lo que veía, pues no estaba capturando el origen de oscuridad en el fondo de Churchill.
Cuando Sutherland presentó el retrato de Churchill, Winston lo odio, pues le representaba viejo y fragil, y no como el símbolo de la oficina del primer ministro, del gobierno de Inglaterra, Irlanda y los territorios de ultamar.
Sutherland había capturado el rayo de luz de como se veía Winston, pero Winston no acepto, o no aceptaba, esa realidad. En su mente Winston se veía a si mismo como el heroe que salvó a Inglerra, y esa imagen se quedo en su mente como un «retrato de Dorian Gray» invertido; heroico por dentro, viejo por fuera; hasta que su propio retrato rompio ese hechizo.
Sutherland capturo el rayo de luz, y al capturarlo, Winston ya no lo quiso. Quemando la pintura, reconoció que su tiempo como lider de Inglaterra había acabado.
El arte, capturando lo que busca, en cierta manera lo destruye, porque se puede ver, tocar, es concreto. La emoción deja de ser un misterio, un acto de imaginación, y se hace real; y siendo real nos damos cuenta que quizas ya no queremos esa realidad, y la quemamos.
Reflexión sobre el capítulo 9 de La Corona, primera temporada; basado unicamente en los personajes de la seríe, no en sus biografías o historia objetiva.
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