Nada nos asegura sobrevivir en las sombras, a pesar de la costumbre, de los hábitos ámbar de los postes de luz , de las iglesias abandonadas a media noche, muy a pesar de estos pueblos fantasmas.
Hemos logrado conocer su lenguaje y bailar, big mamá la oscuridad, como las cocineras antiguas que nos cuidaron la infancia, que nos mandaban descalzos a reconocernos en la arena.
Nada nos asegurará el camino, ni el disparo tan preciso que aprendimos, ni la suerte tatuada en nuestras pieles como vírgenes de guadalupe vecinas del panteón familiar.
Nos costó entenderlo, sobretodo esa noche cuando dos hermanos pandilleros cuidaron de nuestras almas sin cartuchos, persignándose dedos largos y uñas negras sobre el pecho, “ellos vienen con nosotros”, decían señalando a los demonios y a los santos.
Aquella noche aprendimos a olvidar la nostalgia de la luz, y a masticar naranjas en la madrugada, como el paso silencioso de un hambre penitente y clandestina. Los hermanos nos enseñaron sus tatuajes y en la espalda sea leía con claridad que nada, nada, nos aseguraba sobrevivir en las sombras
Deja una respuesta